Las parejas modernas acuden al hospital para mantener su primera relación sexual de forma segura. Nerviosos y excitados (¡es su primera vez!), registran su ingreso y se les asigna una habitación. Allí estarán durante los juegos preliminares, y se les pondrá una perfusión de oxitocina por goteo “porque si no, pueden pasar días hasta que consigan un buen nivel de excitación y lubricación”. Una matrona acudirá cada cierto tiempo para comprobar que la erección es correcta y para testar la reactividad de las zonas erógenas.
Cuando estén preparados para la penetración, serán trasladados a una sala habilitada con instrumental médico, por si acaso surgen complicaciones. Allí les pedirán que se tumben, y a ella se le administrará anestesia epidural (ya que se ha demostrado que hay un porcentaje significativo de mujeres que sienten mucho dolor con la rotura del himen). Se les alumbrará con potentes luces y se les indicará cuándo y cómo moverse durante el coito. Si los profesionales sanitarios consideran que el tamaño del pene es demasiado grande para la vagina de la mujer, practicarán una escisión en el suelo pélvico femenino para prevenir desgarros.
Al llegar al orgasmo, entrarán en la sala los estudiantes de medicina y enfermería para observar de cerca las reacciones y características propias de la relación sexual. Inmediatamente después del clímax, la pareja será separada para someterse a un riguroso control de sus constantes vitales y para comprobar que no han contraído ninguna enfermedad venérea.
Ha sido su primera vez, han atravesado el rito de paso, ahora ya saben lo que es la sexualidad compartida. Sus amigos y familiares están esperando en una sala contigua para verles en cuanto terminen los controles médicos. Ella pasará una temporada sin poder repetir el coito (sin poder sentarse siquiera) porque los puntos de sutura en el suelo pélvico le han dejado la zona muy dolorida. “Esto es ser mujer”, le dice su madre, “y alegra esa cara, que los dos estáis sanos y todo ha ido bien”.
El pez no tiene conciencia del agua. Del mismo modo, en la actualidad estamos tan acostumbrados al parto medicalizado que no percibimos las enormes interferencias que supone para un proceso fisiológico y espontáneo.
Así lo muestra este relato, un gráfico ejemplo que puede servir de paralelismo si tenemos en cuenta que el parto constituye un hito en la vida sexual de la mujer.
Pero entonces, ¿qué sería un parto normal? Un proceso que madre y bebé inician de forma espontánea, que se desarrolla con intimidad y finaliza con sensación de logro y empoderamiento. La madre puede moverse con libertad, sentirse tranquila y segura, y experimenta un estado alterado de conciencia -que puede llegar al éxtasis-. Madre y bebé son amorosamente acompañados por personas de su confianza que respetan sus ritmos, su integridad y su dignidad. En definitiva, el parto es un placentero y amoroso viaje para vivir siendo dos después de ser uno. El parto es nuestro.
Berta Pérez Gutiérrez.
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