Se propone una huelga femenina para el próximo 8 de marzo. En principio, parece sencillo: ese día las mujeres no trabajamos. Pero, ¿exactamente qué quiere decir esto? ¿Que no vamos a la oficina? ¿Que no llevamos a l@s niñ@s al colegio? ¿Que no hacemos la comida, ni vamos a la cita con la pediatra, ni hay extra-escolares? ¿Que no atendemos al abuelo, ni compramos su medicación, ni le acompañamos al centro de salud? ¿Incluye todas las horas que dedicamos al cuidado de nuestra familia?
Estas dudas que compartimos muchas mujeres ya ponen encima de la mesa lo amplio y complejo de nuestro papel en la sociedad, no solo como profesionales sino también como cuidadoras principales de nuestros familiares más vulnerables: niñ@s, mayores y enfermos. Paradójicamente, muchas mujeres no se plantean la huelga porque “no trabajan”. Es decir, no reciben una remuneración económica por más de 12 horas de dedicación diaria al cuidado del hogar y de sus seres cercanos.
¿Qué es el trabajo?
¿Qué es el trabajo entonces? Investigadoras del Centro de Estudios Demográficos y de dos universidades de Barcelona han publicado un interesante estudio que pone encima de la mesa cómo es en nuestro país el desempeño de las actividades productivas. Y para determinar qué es trabajo y qué no lo es, toman el “criterio de la tercera persona”. Es decir, comer no es algo que una tercera persona pueda hacer por mí, por lo que no se considera actividad productiva. En cambio, puedo contratar a alguien para que haga la comida o ir a un restaurante.
Yo creo que esta visión del trabajo pone de manifiesto la necesidad de un nuevo paradigma que contemple las aportaciones valiosas para la comunidad más allá de si implican o no una transacción monetaria. Esto es especialmente importante fuera de Europa, donde no existen estados del bienestar que garanticen los servicios más básicos para las personas que se hacen cargo de las actividades productivas no remuneradas, y que quedan totalmente desprotegidas por el mero hecho de no tener poder adquisitivo (a pesar de su enorme contribución a la sociedad). Para nuestro país, las investigadoras que han realizado dicho estudio proponen que las tareas domésticas y el cuidado de niñ@s y mayores dependientes formen parte de la contabilidad nacional, reconociendo así su enorme repercusión en el bienestar individual y social.
El reparto del trabajo entre hombres y mujeres
Respecto al reparto del trabajo en España, los datos recogidos entre 2009 y 2010 hablan por sí mismos. Las mujeres pasan prácticamente toda su vida adulta realizando más del doble de actividades productivas no remuneradas que los hombres. Ellas trabajan 1,1 horas más al día que ellos, que al mes se convierten en más de 30 horas. Esta cifra es un promedio, lo cual significa que algunas mujeres “sólo” trabajan 10 horas más al mes que los hombres, pero otras dedican 60 horas mensuales más que ellos a actividades productivas (casi siempre no remuneradas). Cuando las mujeres se convierten en madres, incrementan considerablemente sus horas de trabajo totales y, en muchos casos, quedan excluidas de la protección que supone tener un empleo remunerado.
Las cifras también nos cuentan que los hombres se hacen cargo del 61% de las actividades productivas remuneradas, frente al 39% de las mujeres. Sin embargo, ellas se ocupan del 67% de las tareas no retribuidas. Los hombres empiezan a asumir actividades no remuneradas a partir de los 28 años y las ejercen hasta más o menos los 50, siendo esta la franja en que tienen niñ@s pequeñ@s a su cargo y ocupándose de ést@ más que de las tareas domésticas). Las mujeres comienzan en torno a los 22 años y, desde entonces hasta después de los 80, suelen proporcionar más cuidados de los que reciben realizando mayoritariamente las actividades no retribuidas.
En resumen, la desigualdad en el reparto del trabajo doméstico entre hombres y mujeres es aquí mucho mayor que en otros países europeos, a pesar del avance experimentado en los últimos 50 años.
Los mayores receptores son l@s hiñ@s. Las mujeres son donantes netas de trabajo doméstico y cuidados durante toda su vida adulta y hasta edades muy avanzadas, mientras que los hombres son receptores netos desde antes de los 50 años, siendo la mayor parte de su producción doméstica el cuidado de l@s hij@s.
¿A quién afecta esta huelga?
En una huelga de pilotos se ven afectadas las personas que viajan en avión. Una huelga de sanidad damnifica a los enfermos. Pero una huelga femenina repercute en todo el tejido socio-económico, alcanzando el ámbito público y el privado, ya que el trabajo de las mujeres comprende esferas profesionales y personales.
La gran dificultad de esta huelga es precisamente lo que se quiere reivindicar: lo imprescindible y excesivo del trabajo femenino a pesar de su invisibilidad. ¿Cómo dejar a l@s niñ@s sin colegio o sin cenar? ¿Cómo permitir que nadie acompañe al abuelo al cuarto de baño o le compre su medicación? ¿Cómo faltar a un puesto de trabajo tan inestable o precario?
Entonces, ¿vamos a la huelga?
A veces no es necesario hacer grandes gestos para poder ir avanzando. Obviamente, muchas mujeres no pueden permitirse faltar al trabajo o dejar de atender a su familia. Muchas no saldrán a la calle ni gritarán detrás de una pancarta. Pero quizá puedan aprovechar este movimiento colectivo para empoderarse, para conectar con esa parte de sí mismas que dignifica sus tareas (especialmente si no están retribuidas). Quizá su huelga pueda ser no hacer las camas, no recoger la ropa sucia tirada en el suelo o no ponerle un café a su jefe. Quizá puedan elegir cuál de sus aportaciones cotidianas sienten menos valorada y darle visibilidad ese día, en casa y/o en el entorno laboral.
Como hasta ahora en toda la historia de la humanidad, quienes puedan seguirán conquistando progresos para quienes no consiguen alzar sus voces, para nuestr@s hij@s y niet@s, y para todas las generaciones futuras. A esas personas: GRACIAS.
Berta Pérez Gutiérrez.