Durante el embarazo, a veces es difícil sentir ese famoso vínculo del que todos hablan. Hasta que el bebé no empieza a dar patadas, es casi un acto de fe creer que en la panza crece un ser humano. Y, sin embargo, algo debe ocurrir que nos une poderosamente con el feto pero quizás nos pasa inadvertido. Si no, no habría tantas historias sobre madres e hijos que han sido separados inmediatamente después del parto y que luego pasan media vida intentando reencontrarse.
“Pero si yo no lo siento, ¿qué es lo que me vincula con mi bebé?” La realidad es que nos vinculamos de muchas maneras, o dicho de otro modo, que un vínculo tiene varias facetas. A continuación se describen tres formas de establecer la relación con el bebé durante el embarazo.
UNO: Vínculo físico
El vínculo tiene una faceta física que aparece en todas las mujeres. El cuerpo de la madre crea un nido, un espacio cálido y acogedor donde un bebé puede crecer. Sus órganos vitales se van desplazando, echando a un lado, para dejar el lugar central al feto. Hay un vínculo hormonal, de sangre y oxígeno, a través del cual madre y bebé intercambian una información esencial.
Estar realidad física forma parte del vínculo inconsciente. Aunque una mujer no piense en su bebé durante días enteros, una parte profunda de sí misma le cuida y le nutre, y se sincroniza con sus necesidades.
DOS: Vínculo a través del deseo y/o rechazo
Se trata de una paradoja, pero es fácil de entender. Dos polos siempre forman parte de una sola realidad, de modo que el deseo y el rechazo son dos caras del vínculo. Anhelar la llegada del bebé, preparar con ilusión su cuarto, adivinar cómo será su carita, etc. son imágenes internas que vinculan a la madre (y al padre) con su bebé.
La madre que rechaza al bebé también dedica una buena parte de su tiempo y su energía a pensar en él, aunque sea de forma negativa, y esto constituye otra manera de vincularse. Es lo que José Luis Martorell llama “caricias negativas”, es decir, el único recurso que a veces tenemos para prestar atención y relacionarnos.
Es frecuente que una misma mujer sienta rechazo y deseo a la vez. En momentos de angustia o profundo malestar, la madre puede fantasear con lo fácil que sería todo si no se hubiera quedado embarazada o si el bebé no llegara a nacer. Y poco después guardar con ilusión la ropa que le pondrá después del parto. Ni mucho menos esto significa que las hormonas las hayan vuelto locas, sino que proyectan su mundo emocional y sus dificultades en el bebé.
En cualquier caso, desde el punto de vista del vínculo, ambas reacciones de deseo y rechazo les unen.
TRES: Vínculo consciente
Sería más correcto decir llevar el vínculo a la conciencia. Ya hemos visto que, queramos o no, nos vinculamos. Hacerlo de manera consciente puede ayudarnos a prevenir o reparar posibles daños al feto provocados por la angustia y “caricias negativas”. El bebé no necesita una madre perfecta, sino consciente de lo que le pasa y que se comunique con él.
La música nos ayuda a parar, a crear un espacio de intimidad con nuestro bebé donde poder establecer una comunicación honesta y emocional. Es muy importante que le expliquemos nuestra angustia, las circunstancias que nos llevan a pensar en su llegada como algo molesto. Y rescatar también qué nos impulsa a continuar con el embarazo, qué nos hace seguir deseándolo.
Las nanas, el movimiento libre, canciones y arrullos nos ayudan a que la angustia se libere, la emoción se exprese, y las “caricias negativas” se transformen en ternura. Madres y padres pueden conectar con su bebé y construir con sólidas bases una relación que durará toda la vida.
Berta Pérez Gutiérrez.